LA CALLE
Hoy volví a salir de mi casa y no fue por algo esencial en términos materiales. Hoy salí porque mi corazón lo necesitaba.
Conduje con la angustia atravesada en el cuello, con las preguntas nublándome la mirada. Cuando llegué a mi destino solo quería cruzar esa puerta y refugiarme. Cuidarme de ese mundo que hoy siento tan peligroso. Tengo miedo casi de todos. Ya no se trata solo del virus. Se trata de sus dedos, de sus ojos y palabras. Se trata de sus deseos irrefrenables de triturar, de buscar un culpable. Me aterra pensar que puedo ser la próxima víctima.
Llegué al portal, llamé y no respondieron. Volví a hacerlo, sin respuesta. El miedo empezó a sudar en mis ojos. Me desesperaba estar al aire libre, como si no fuera consciente de que la peste nos ronda, de que la muerte pasa sin rostro por las calles.
Finalmente abrieron y solo me quedaban mis reproches y más lágrimas.
¿Hago el bien?, ¿hago mi bien? ¿Y eso es el bien para los demás?
Una vez adentro los dilemas se callan. Me desahogo, con un poco de vergüenza, y me siento a comer. Disfruto ese momento como si fuera todo mi universo. Exprimo cada mirada, cada gesto. Me tienta dar un abrazo, lo necesito, pero me sigo cuidando.
Jugamos y nos reímos como si pudiéramos crear nuestra propia atmósfera. Nuestra casa con aire limpio, en la que la pandemia no existe. No hay noticias, solo somos nosotros, aunque en los rincones hay barbijos, guantes y preparados con alcohol y lavandina.
Mi manantial. Me refresco, me lleno de energía y antes de que se me parta el corazón, parto. Vuelvo a la calle. Vuelvo al miedo. Ahora quiero estar de nuevo, rápido, en mi otra casa, como si nada de esto hubiera pasado. No quiero que el mundo se entere de mi pecado.
¿Cuál es el pecado?, ¿qué me persigue tanto?
Salí a la calle. Y mi salida no encuadra en las excepciones delimitadas por el gobierno. Salí porque necesito algo tan esencial como el compartir con mi mamá, mi papá y mis hermanos.
Es una comparación infinitamente absurda pero ¿acaso Anna Frank no violó las normas de su país para poder sobrevivir? Por suerte nuestro contexto dista mucho del que terminó con la vida de la familia Frank y de millones de personas.
Confío en la cuarentena, en la necesidad de guardarnos. Entre semana me cuido. Prácticamente no salgo ni a comprar. No me atrae ni sacar la basura. Pero necesito mi motor, mi píldora semanal.
¿A quién dañamos intentando sostenernos? Quién podría juzgarnos por ser cinco o seis personas juntas, compartiendo un momento de los miles de incertidumbre que todavía nos quedan.
¿Cuándo terminará todo esto?, ¿cuánto más tendremos que resistir? Y en cada despedida penar ¿cuándo los volveré a ver?
Al regresar a la calle me siento en zona liberada. Es como un lejano oeste en el que circular es casi igual a arriesgar la vida.
Así anduve hoy, de casa en casa, buscando refugio. De un amor a otro. De un abrazo a un gesto. De un beso a un codo. Pero al final, siempre, tratando de vivir del amor.
Noelia Escales, 9-5-20