No quiero ser mamá

No quiero ser mamá

Toda mi vida pensé que la maternidad es una especie de bendición, siempre y cuando sea deseada, y sobre todo, planificada. Para mí una maternidad feliz, que se disfruta, tiene que ver con eso: con el anhelo de ser mamá.

Hace muchos años empecé a preguntarme si ese anhelo era construido socialmente, si era un deseo propio de una edad en particular,o si debía tener esa idea incorporada solamente por mi condición de ser mujer. 

Me pregunté también si no sentir el deseo de maternar o no querer hacerlo estaba mal. ¿Acaso algo dentro mío no está bien? ¿cómo puede ser que no quiera ser madre? ¿ si algún día se me despierta «el bichito» de la maternidad? y todos los interrogantes me conducían a la misma respuesta: no.

Ir en contra del mandato social más grande para una mujer no es una decisión fácil o simple. “¿Qué sucede cuando se transgrede el orden social establecido, cuando una mujer decide no ser madre?” Se pregunta Delia Selene de Dios Vallejo, Catedrática de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la UNAM, Secretaría General de la Unión Nacional de Mujeres Mexicanas y A.C. Integrante de la Federación Mexicana de Universitarias.  

De Dios Vallejo explica que entendiendo la maternidad desde sus dos grandes campos de estudio: desde la biología, con el concepto de reproducción humana, y desde lo social, como hecho cultural. La maternidad es un factor de suma relevancia en la formación de la identidad femenina; muchas sociedades han construido esta relación como binomio inseparable. (fuente: Scielo)

Se escucha decir que la mujer completa, la mujer hecha, es aquella que dedica su vida a la maternidad, poniendo a los demás (hijos, hijas, familia) por encima de sí misma. Y no querer esto te hace dudar de tus decisiones y sentimientos, te hace sentir mala, porque socialmente no estás cumpliendo.    

A pesar de esa presión social nunca vi en la maternidad nada para mí. No me imagino siendo madre, no puedo dimensionar la responsabilidad y el amor que significa modificar mi vida para compartirla con alguien más, o que una persona, diminuta y frágil dependa de mí el resto de su vida.

Tampoco he querido creer jamás en esa idea de tener un hijo o hija para que cuando lleguen mis años de vejez me alcancen un vaso de agua. No hay nada más egoísta que esa idea para fundamentar tener hijos, pero eso no está en discusión aquí. 

Así que después de mucho pensarlo, de tratarlo en terapia y analizarlo, odiar los anticonceptivos y renegar (con las personas que no entendían mi postura) decidí optar por un método de anticoncepción permanente.

En Argentina, desde 2006, la Ley 26.130 de Anticoncepción Quirúrgica establece que toda persona mayor de edad tiene derecho a acceder a la realización de las prácticas denominadas “ligadura de trompas de falopio” y “ligadura de conductos deferentes o vasectomía” en los servicios del sistema de salud. 

Pero, en San Juan (y quizá en otros lugares del país), existe el mito según el cual los doctores y las doctoras, en teoría, se niegan a practicar una ligadura de trompas cuando la mujer no ha tenido un hijo o una hija. 

Con ese mito en mi cabeza y con mucho temor a toparme con él, fui a mi consulta ginecológica de rutina, pero con la idea fija de preguntar por la cirugía de ligadura de trompas. Era un día martes, típica siesta otoñal, con mucho sol y una leve brisa. Al llegar al sanatorio el recorrido fue rutinario: hablé con la recepcionista, cuya primera pregunta fue “¿venís por control o por embarazo?” A lo que respondí rápidamente: “noooo embarazo no».  Ella sonrió y me indicó dónde debía esperar. El tiempo no pasaba más. Quizá solo fueron 10 minutos de espera, pero por la ansiedad que me generaba la situación, en mi cabeza había pasado una hora o tal vez más.

Mientras revisaba mi celular el doctor abrió la puerta y dijo mi nombre. Entré al consultorio con una sonrisita nerviosa y con un montón de cosas en las manos, que empecé a acomodar de forma torpe y ansiosa en una sillita.

El médico me preguntó cuál era el motivo de mi visita. Sin pelos en la lengua y después de haberlo practicado mucho en mis pensamientos le dije “sé que quizá me digas que no porque no tengo hijos y vos traes muchos bebés al mundo pero…” Y abruptamente me interrumpió “¿querés ligarte?, ¿cuándo te gustaría hacerlo?”.

Lo miré sorprendida (muy sorprendida). Me quedé unos minutos en silencio, seguramente con cara de emoji que se agarra los cachetes, con los ojos y la boca abierta y le dije “lo más pronto posible”.

Automáticamente, y como lo determina la legislación, él empezó  a contarme los pros y contras de la intervención mientras llenaba algunas recetas con indicaciones. Me explicaba el procedimiento y demás cuestiones administrativas pero yo no podía dejar de pensar en por qué no me dijo que no me podía operar si yo no tengo hijos y soy joven. Entonces volví a insistir y le dije “doc. yo juraba que me ibas a decir que aún soy muy joven o que me voy a arrepentir” y su respuesta fue clara y contundente “es tu decisión y debo respetarla”.

Respecto a los requisitos para la ligadura o vasectomía, el artículo 2 de la ley 26.130 establece que están autorizadas las personas capaces y mayores de edad que lo requieran formalmente, siendo requisito previo inexcusable que otorguen su consentimiento informado.

Además, tal como establece la legislación, no se requiere consentimiento del cónyuge o conviviente ni autorización judicial. Excepto cuando se trate de una persona declarada judicialmente incapaz, en ese caso es requisito ineludible la autorización judicial solicitada por el representante legal de aquella.

Durante unas tres semanas realicé los estudios que el médico me solicitó en la consulta y pedí una nueva cita para presentar los resultados y fijar la fecha de intervención. Esta vez la ansiedad no se hizo presente pero sí el temor a que algo no esté bien o que no sea posible realizar la operación. Pero no, todo estaba perfecto y sólo había que definir cuándo. El médico me preguntó si en una semana podría estar lista y le dije que sí, sin titubear. “¿Sin arrepentimientos?” dijo él, y con mucha seguridad respondí “sin arrepentimientos”. Creo que aunque él sabía que mi decisión era muy firme, su responsabilidad profesional lo obligó a preguntar una última vez.

Antes de que la consulta terminara me dijo que me llamaría esa misma noche para confirmar la fecha. Y lo hizo, al finalizar el día me envió un mensaje diciendo que el 22 de agosto a las 7 de la mañana debía internarme.

La Tocoginecóloga, Martina Barbieri, de la Zona Sanitaria 3, comenta que el sistema público de salud recibe consultas acerca de la ligadura de trompas. En su mayoría quienes hacen el pedido son mujeres mayores de 22 años, en edad fértil, que han tenido entre 2 a 3 hijos, al menos, y a veces es una decisión que toman en solitario y otras en acuerdo con sus parejas.

No tener obra social no es un impedimento para realizar la ligadura. La Ley de Anticoncepción Quirúrgica dictamina que “los agentes de salud contemplados en la Ley 23.660, las organizaciones de la seguridad social y las entidades de medicina prepaga tienen la obligación de incorporar estas intervenciones médicas a su cobertura de modo tal que resulten totalmente gratuitas para el/la beneficiario/a”. Y aunque no todas las pacientes que consultan lo saben, los profesionales de la salud les mencionan la posibilidad de realizar la intervención (o deberían). 

Según la Dr. Barbieri “para todas las mujeres las técnicas quirúrgicas son las mismas. Existen dos formas de hacer ligaduras una por vía laparoscópica y una por vía laparotómica”. La vía laparoscópica es la que me recomendó mi ginecólogo. 

El día de la operación llegó, junto a mi pareja ingresé al sanatorio, realicé todos los trámites para la internación y pasé a control médico. La médica que me recibió me preguntó si me ligaba por algo en particular y si ya había tenido hijos, a lo que respondí “no quiero tener hijos”. Sentí que no era necesaria esa pregunta ahí, en ese momento, me molestó pero traté de pensar que quizá era una pregunta de rutina. 

Una vez en la habitación solo quedaba esperar, ya estaba lista para el quirófano con la indumentaria adecuada para ingresar. A las 9 en punto vino el camillero y emprendí camino. En la sala de cirugía todos y todas fueron muy amables, conversamos sobre la vida, las profesiones y lo caro que está todo (parece que es tema de charla en todos lados). 

El médico llegó 9.30 y me presentó al equipo que lo acompañaría. Me preguntaron si había alguna música en particular que me gustara, pero sonaba Dua Lipa y no me pareció mal entrar bajo el efecto de la anestesia escuchándola. Después de contar hasta 10 me quedé dormida y cuando desperté ya había pasado todo.

Volví a la habitación y ahí estaba mi pareja esperándome, sorprendido por lo rápido que había pasado todo y por lo bien que me veía. No sentía ningún tipo de dolor, solo incomodidad por los puntos y el suero. Esa misma tarde noche mi doctor vino a verme, me revisó y dio de alta. 

Hoy, a casi dos meses de la operación, volví a ver un video con el que me encontré en 2019. Este material audiovisual me hizo sentir menos sola, me permitió darme cuenta que mi decisión estaba bien y que solo tenía que esperar el momento adecuado para hacerlo y ese momento llegó .

Y no, no me arrepiento. Quizás con esta crónica algunas amigas y familiares se estén enterando de mi decisión y tal vez se acuerden que alguna vez les mencioné que no quería ser madre pero que jamás profundizamos porque no quería ser juzgada ni rechazada. Cada quien carga con su historia, con sus experiencias y sus ideas pero hay algo de lo que no podemos echar culpas y es de nuestras propias decisiones. NO, NO QUIERO SER MAMÁ.

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