Las mujeres de Malvinas y una memoria incompleta

Las mujeres de Malvinas y una memoria incompleta

En la reconstrucción colectiva de uno de los episodios más tristes de nuestra historia reciente, hubo mujeres que jugaron un papel fundamental y que, sin embargo, continúan sin ser reconocidas.

Enfermeras, instrumentadoras quirúrgicas y especialistas en terapia intensiva estuvieron presentes en la Guerra de Malvinas, en mar y tierra, brindando atención sanitaria a los heridos que regresaban de las islas. También hubo sanjuaninas. ¿Por qué tuvo que pasar tanto tiempo para que se hablara de la presencia de las mujeres en la guerra?

El contexto de Malvinas fue el de una dictadura que empobrecía, torturaba y desaparecía personas, pero además se sumó la estructura machista y verticalista de las fuerzas militares argentinas puertas adentro. Las mujeres estaban completamente marginadas del ámbito militar, pero empezaron a vincularse desde una pata de las fuerzas: la salud. La edad de estas decenas de mujeres que participaron del conflicto que empezó el 2 de abril de 1982 y terminó dos meses después, rondaba los 25 años, aunque también las hubo de 15. Según una investigación realizada en 2015 por Juan Parrilla para INFOBAE algunas mujeres enfermeras sufrieron maltratos y acosos por parte de los hombres con los que compartían sus trabajos. Hasta el 2019, solo dos casos de abuso sexual y psicológico se hicieron públicos. Hay, por lo menos – y por ahora- siete denuncias más que quedaron en la nada (Parrilla, 2015).

Como si esto fuera poco, estas mujeres no son reconocidas socialmente por su labor, no todas reciben pensión ni fueron incluidas en la ley que reconoce a los/as veteranos/as y los/as caídos/as de la guerra de las Malvinas. Esto formó parte de lo que los/as historiadores/as llaman un proceso de “desmalvinización”. Este término fue acuñado por el sociólogo Alan Rouquié en los primeros años de los ’80 como un dispositivo político discursivo (Cangiano, 2012) que “tendría un efecto deshistorizador e impondría una suerte de amnesia colectiva en torno a la reclamación argentina sobre Malvinas, que dejaría sin respuesta las preguntas más urgentes y necesarias. El silencio duradero terminaría condenando al olvido a los jóvenes combatientes de la guerra y a los familiares de los caídos en el conflicto” (Piccone y Mangione, 2014, p.2)

¿Cómo se construyen las memorias?

La memoria en sí misma tiene componentes de clase, edad, origen étnico, procedencia nacional y, por supuesto, de género y es por esto último que las memorias de estas mujeres que participaron de Malvinas, es una memoria generizada, no una memoria abstracta y ajena a los cruces de los componentes mencionados anteriormente. Es, desde una determinada adscripción sexual y de género, desde donde se constituye el pasado, la memoria. Y la memoria de Malvinas se erigió entre los/as argentinos/as desde una estructura androcéntrica, que hasta el día de hoy escribe los libros de historia. ¿Recordamos haber estudiado en Historia estas memorias subterráneas- también llamadas contramemorias- que, en definitiva, hacen a la memoria colectiva, a nuestra memoria como país? Les ahorro la respuesta: no. No es algo nuevo, las mujeres han sido invisibilizadas por el relato histórico oficial y patriarcal desde siempre. Cuando los/as historiadores/as comenzaron a investigar sobre la presencia de las mujeres en Malvinas se toparon con un gran problema: no hay registros que las mencionen.

Los relatos de estas mujeres empezaron a visibilizarse a través de la autora argentina Alicia Panero, que recopiló algunas de las historias en su libro Mujeres invisibles, editado en 1982. Esa fue, quizás, la base de la construcción de las memorias colectivas de las mujeres de la guerra. Este escrito representó un alivio para muchas porque pudieron relatar sus historias desde otros puntos de vista que habían sido silenciados por años. Se reconocieron estas experiencias por fuera de las dominantes. Darles voz a las sin voz significó un antes y un después.  Y el feminismo tuvo mucho que ver con esta incipiente visibilización. Pero aún no basta. Si bien las acciones de post- guerra de “desmalvinización” obligaron a las enfermeras de Malvinas al silencio y a la superación, hoy están adquiriendo más valor en nuestra sociedad porque tienen más conciencia del género al que pertenecen, porque el feminismo las unió y hoy encararon una nueva lucha para buscar reconocimiento. Pero todo es mérito de ellas. Las políticas estatales de memoria continúan siendo débiles y aún están en deuda, a 39 años de aquel abril de 1982 cuando comenzó la guerra.

“Yo también formo parte de la historia”- El relato de la sanjuanina Ester Algañaraz

Ester Algañaraz partió de San Juan cuando el terremoto de 1977 la dejó sin nada. Tenía que volver a empezar y decidió hacerlo yéndose a vivir con su hermano marino a Punta Alta y comenzar a estudiar Enfermería.  Tenía 26 años cuando en 1979 se incorporó como enfermera civil al Hospital Naval de Puerto Belgrano, el más grande y mejor preparado de esos años en la Patagonia argentina.

Cuando comenzó la guerra en 1982, cuenta Ester que eran 160 enfermeras en el hospital. Recibían a los conscriptos en terribles condiciones: algunos sobrevivían, dice, otros no. Ester relata su historia con una voz pausada y clara, que deja entrever los oscuros recuerdos de esa época: “Los chicos venían muy sucios, deshidratados y muchas veces desnutridos. Fue horroroso. Nosotras éramos de su edad y pasábamos de ser enfermeras a ser madres, hermanas que los cuidaban, a ser parte de su familia, tratando de que ellos vuelvan otra vez a sus casas”.

La fortaleza que la sostuvo durante la guerra, va desvaneciéndose de a poco a medida que habla. Por momentos llora al recordar, aprovechando, quizás, que ahora sí puede hacerlo porque -aunque parezca increíble- durante la guerra no pudo hacerlo: no las dejaban llorar. “Llorábamos hasta que nos retaron. Decían que al no llorar le estábamos dando fuerza al paciente, pero igual nos turnábamos y nos escondíamos para hacerlo, en un baño, en un vestidor”.

 Ester siguió su vida como pudo. Se casó, fue madre, se divorció y con una nueva familia se instaló en Catamarca, donde vive hasta el día de hoy. Dejó su trabajo como enfermera el día que asumió la presidencia Raúl Alfonsín, ya que se emitió un decreto que autorizaba a los miembros de la Fuerzas Armadas a retirarse voluntariamente. Desde ahí, su vida estuvo destinada a levantar la bandera de las enfermeras. Lo hizo a través un libro testimonial que escribió junto a su marido al que llamaron “Mujeres olvidadas de Malvinas” y, además, en la ciudad catamarqueña donde reside, Valle Viejo, formó una agrupación de 30 ex combatientes y hace 3 años consiguió que la provincia los reconociera con una pensión. Sigue en contacto con sus compañeras enfermeras, y aunque la mayoría vive en Punta Alta, cuenta Ester que se visitan y están en contacto permanente. Lo mismo pasa con algunos ex combatientes que están en distintas partes del país: a la distancia, por mensajes, siempre están presentes para darse abrazos virtuales y fuerzas con todo el corazón.

Ester, desfilando junto a la Agrupación de Ex Combatientes que dirige.

Cuando le pregunté a Ester qué había sentido estos 39 años, su respuesta fue contundente: “Son 39 años con una mochila cargada de olvido, de desagradecimiento. La sociedad nos olvidó”

Nunca vamos a poder lograr un entendimiento pleno de la Guerra de Malvinas si no se tienen en cuenta la pluralidad de voces que intervinieron en ella. Mientras que estas voces continúen silenciadas en el relato oficial, en la memoria colectiva del país, no podremos conocer el amplio espectro que implicó este conflicto. La historia oficial ha estado escrita por los hombres, teñida por el machismo y el sesgo androcentrista en el que aún estamos atrapadas. Por eso, entiendo es urgente una perspectiva de género en la Historia, que sea superadora de todo lo que conocemos hasta ahora. Que estas memorias subterráneas afloren con más fuerza que nunca para contar la Historia de todos y todas. 

Así, podemos ver cómo los recuerdos de otros llegan por nosotros, o incluso en nosotros, como una forma de relacionalidad, y podemos entender aún más la capacidad para recibir y expresar lo que los otros documentan sobre la historia, como una función de nuestra propia relación corporal a través del tiempo y el espacio con aquéllos cuyas palabras transportamos. Las llevamos en nosotros —son historias que se convierten en parte de lo que somos— pero también las portamos a pesar de nosotros, y al transportarlas estamos ya por fuera de nosotros mismos. En este sentido, la referencia a lo que está “dentro” de nosotros y lo que está por “fuera” de nosotros es reversible. No somos únicamente una criatura espacial y delimitada, aunque nunca podremos trascender esos límites completamente; somos también las historias que nunca vivimos, pero que, sin embargo, transmitimos en nombre de la lucha por preservar la historia de los oprimidos y para movilizar esa historia en nuestra lucha por justicia en el presente (Butler, 2017, p.13)

Nota

El libro Mujeres Invisibles de Alicia Panero se puede leer gratis en formato digital en <https://www.bubok.com.ar/libros/197622/Mujeres-Invisibles >

Referencias

BUTLER, Judith (2017), “Vulnerabilidad corporal, coalición y la política de la calle” en Nómadas (Col); N° 46, abril, 2017, pp. 13-30. Bogotá, Colombia.

CANGIANO, Fernando (2012) “¿De qué hablamos cuando hablamos de “desmalvinización“?“, en Tiempo Argentino.

PARRILLA, Juan (2015), La historia jamás contada de las enfermeras abusadas durante la Guerra de Malvinas, <https://www.infobae.com/2015/05/28/1731513-la-historia-jamas-contada-las-enfermeras-abusadas-la-guerra-malvinas/?fbclid=IwAR2K1ptXQioIhdIFHQ6RD5YvzXBOhb3khzoalHnE-pba7awMmKIkoFx1D3k>

PICCONE, María Verónica y MANGINI Marcelo (2014), De la «desmalvinización» a la regionalización del reclamo argentino por la soberanía sobre las Islas Malvinas; Derecho Público; Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, Buenos Aires, Argentina. <https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/105343>.  

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