Las muertes silenciadas

Las muertes silenciadas

Era una noche tranquila la del jueves 11 de julio de 2019 en Albardón, el Barrio Néstor Kirchner, en las cercanías del Villicum, se preparaba para descansar. Pero esa misma noche, todo cambió.

“Desapareció una joven mamá tras un caso de infidelidad” titulan los portales digitales de San Juan esa fría noche de invierno.

Se trata de Brenda Requena, una joven de 24 años, quien, según los medios locales, desapareció tras ser sorprendida por su marido, Diego Álvarez, cuando ella se encontraba a escondidas con su amante.

El relato construido por los medios fue banal, una mujer de 24 años, con dos hijos y un marido víctima de una infidelidad que llevaba, según él, varios meses. Tras sorprenderla con el “amante”, Álvarez se cruzó a golpes con él y ella huyó a campo traviesa.

Esa fue la historia que Diego Álvarez le contó a todos, fue la historia que él inventó para salir airoso de la situación, que olía mal desde el primer día, pero que, en una sociedad machista, era motivo de burla y de broma.

Hubo memes, frases irreproducibles, fue la comidilla de los heaters que se ocultan tras las redes durante días. Publicaciones de todo tipo en las que Brenda Requena era la victimaria y Álvarez la pobre e indefensa víctima. En todos lados, todos hablaban de Brenda como una mala mujer que había abandonado a sus hijos y a su marido por una aventura.

Brenda Requena, era de estatura media, de contextura delgada, tez trigueña y con el cabello negro como el azabache, según la descripción policial, pero Brenda era por sobre todas las cosas una mujer, joven, fuerte y llena de vida. Una madre amorosa, una ciudadana comprometida, querida por todos.

Ningún medio reflejó eso de Brenda durante los días de búsqueda, todo se centraba en que ella era una pecadora, infiel y merecedora de todos los males. Se llegó a decir que se había fugado con 30 mil pesos que pertenecían a su marido y que él sólo quería que ella vuelva a casa y que la perdonaba por todo.

La policía de San Juan comenzó una extensa búsqueda con rastrillajes por la zona en la que había sido vista por última vez, según su marido.

Día y noche se la buscó durante 5 días, pero la hipótesis de infidelidad y robo de dinero de la familia era la que resonaba por doquier.

Definitivamente, la noche del martes 16 de julio de 2019, la policía anunció el final del caso. Brenda no había desaparecido, Brenda fue descuartizada, calcinada y enterrada a 300 metros de donde su marido “la había visto huir”.

Dos adolescentes de 14 y 17 años cazaban pajaritos cerca del lugar y vieron algo extraño. Reconocieron a Diego Álvarez por haberlo visto en la televisión pidiendo desesperadamente que Brenda vuelva a casa. “Estaba con las manos ensangrentadas y quemando algo. Nos ofreció dinero para callarnos, pero no aceptamos”, explicaron los adolescentes al juez.

El testimonio de los adolescentes fue el detonante, Diego Álvarez no podía ocultarse más, ya no había forma de mantener su sucia coartada.  

Desde el comienzo de todo, fue una voz masculina la que hizo que Brenda fuera una victimaria en lugar de una víctima de uno de los crímenes más aberrantes de los últimos tiempos. Fue la voz de Álvarez, y la voz de la policía la que construyó una historia de mentira, que todos terminaron creyendo.

Brenda no sólo fue víctima de Álvarez, quien la asfixió, descuartizó y quemó. Sino que también fue víctima de toda una sociedad que defiende al macho desde tiempos inmemoriales.

Hoy nadie habla del caso, Albardón, el Barrio Néstor Kirchner y las cercanías del Villicum se mantienen impolutas, es como si nada hubiera sucedido, como si Brenda no hubiera sido asesinada.

Ha pasado un año del asesinato de Brenda Requena y aunque Álvarez está preso, no hay justicia, ni por Brenda, ni por Cristina Olivares; ni por Yamila Pérez, ni por Leila Rodríguez; ni por Thalía. Ni por las niñas, adolescentes y mujeres que mueren en nuestro país cada 30 horas.

(Ilustración: blog Enfememino) 

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