La música después de la música

La música después de la música

Una Fitomanía recorre las charlas, las redes y los consumos musicales de miles de argentinos/as, que pasaron por un tsunami de emociones y nostalgia después de ver la serie “El amor después del amor”, que cuenta la vida de Fito Páez. Aún aquellos que no la vieron, se encuentran invadidos por el tema de interés del momento, así como pasó con la biopic de Freddie Mercury. Dejar, amar, llorar, la reconstrucción de esas historias nos ayudan a no olvidar.

“Una generación se está mirando –y ratificándose- en una ficción de ocho capítulos donde los músicos –y mucho menos las músicas- que amamos vuelven siempre jóvenes” dice Sonia Tessa en una nota de Página 12 en la que trata de identificar por qué nos emociona tanto la serie del momento. Más allá de las críticas posibles al guión, las omisiones o el edulcorante que se puede haber añadido a una etapa de sexo, droga y rock and roll, la historia del rosarino traspasó la pantalla no solo por la capacidad de resiliencia del artista sino fundamentalmente por la música. Y hacia allá viajamos todos/as, metiéndonos por un momento en la cocina donde se preparaban las genialidades de jóvenes que no solo se animaron a enfrentar a los dinosaurios sino a reanimar a una generación aturdida a los golpes, a fuerza de brillo, desenfado y un talento a prueba de balas, literal.

Incluso los que no vivimos aquellos primeros años, viajamos instantáneamente a nuestras propias vivencias con esas joyas musicales porque como dijo el propio Fito, “la música es una expedición, que te lleva a aprender, descubrir y tener que modificar cosas para intentar comprender el verdadero lenguaje de la música”. Pero en ese volver hacia atrás, muchos nos vimos a nosotros mismos diciendo el famoso “ESO era música”, una frase que odiábamos escuchar en la gente mayor pero que inevitablemente repetimos hoy ante algunos temas, por más apertura que tengamos hacia esos raros sonidos nuevos.

«Yo sí estaba en onda, pero luego cambiaron la onda. Ahora la onda que tengo no es onda. Y la onda de onda me parece muy mala onda. ¡Y te va a pasar a ti!» le dijo Abraham Simpson a Homero, cuando no podía entender los gustos musicales de su hijo con la guitarrita. “Para nada maestro, nosotros vamos a rockear por siempre” le respondió el joven Homero, hasta que se vio a sí mismo años después, con su larga cabellera perdida y reconociendo con tristeza que el vaticinio de su viejo cascarrabias se había cumplido.

Rockear por siempre fue, es y será el sueño de muchos/as que aspiran a no perder ese espíritu joven de vibrar a más no poder con la música del presente. Pero hasta la ciencia explica la conexión irremediable que tiene la música con nuestras emociones y experiencias más fuertes y con los años de adolescencia y juventud, donde arde la construcción de nuestra identidad. Porque la música no tiene que ver solo con expresión y diversión, aunque lo es, sino también con una búsqueda en todos los sentidos de la palabra, una expedición como dice Fito, que va desde lo individual hasta lo social.

Además de sus leyes, su arte plástico, su política y su comida, una sociedad puede ser leída a través de la música, porque esta no solo tiene que ver con las ideas circulantes sino también con aspectos religiosos, folclóricos, de organización económica, política y tecnológica. Como dice Sonia Tessa, con la serie de Fito “la discusión estética deja paso a la constatación de un hecho político. El hecho político de volver a ratificar quiénes fuimos, también como declaración de lo que no queremos dejar de ser”.

“A veces decimos que no nos gusta una música pero no es que no nos guste, es que no tenemos recursos para comprenderla” decía el rosarino, hablando de la ignorancia que muchas veces nos apura a juzgar lo desconocido. No sé si siempre será ignorancia. Algunas veces podemos estar en desacuerdo conciente de un autor o una canción y qué bueno que así sea. Brian Whitman, ex jefe científico de Spotify, lo dijo así: “ver las preferencias musicales es una ventana increíble a muchas cosas no musicales, hemos visto que sabiendo nada más tus diez artistas preferidos se puede predecir a quién vas a votar”.

Hablando de música y visiones del mundo, fue el mismo Fito el que se metió en una recordada polémica al criticar la cantidad de shows masivos de Ricardo Arjona en Buenos Aires. Porque así como disfrutamos tanto un tema que consideramos una obra de arte, muchas veces no podemos entender que semejante magia pueda producirse en otros cuerpos y otras mentes con algo que a nosotros nos genera rechazo o la nada misma. Pero así de diverso, conflictivo y maravilloso es el mundo y la música es quizás una de las mejores formas de explicar ese caos.

A toda esa complejidad, que hoy cuenta con cambios en las formas de producción, distribución y consumo, se suma la inteligencia artificial y el miedo y la fascinación a que una máquina sea capaz de crear una melodía o un poema que nos haga reír y llorar. “La inteligencia artificial nunca va a crear a un Luis Alberto Spinetta” dijo Fito en su último recital. Seguro que no, aunque alguna pieza salida de un robot pueda tocarnos una fibra. Pero si la música está tan ligada a nuestra historia como humanidad, es porque hubo personas de carne y hueso decididas a romper con la norma del ritmo imperante, valientes que crearon metáforas para denunciar los crímenes más atroces, desencajados que rompieron la cajita musical del momento, quebrando las cadenas de la normalidad de turno.

“Qué buena música, qué letra… se levantan Spinetta y Cerati y se pegan un tiro” dijo Alfa, el participante de 60 años de Gran Hermano, cuando escuchaba a sus compañeras más jóvenes entonar “Mientra’ va al party sube un video, se pone perra para el perreo”, de Emilia Mernes. Y aunque no deseemos caer en el snobismo, nos sintamos lejos del personaje facho del reality y muchos/as también disfruten de perrear, muchas veces nos reconocemos en esas ganas de despotricar fuerte contra lo que nos parece vacío y carente de creatividad. “Hay una estandarización y pasteurización de la música” dijo Fito en una entrevista en relación a los nuevos ritmos, en los que muchas veces no identificamos matices regionales, culturales ni musicales, sino un lenguaje neutro en modo centroamericano, con coreos también repetidas para viralizar.

Pero más allá de nuestras quejas de cascarrabias hacia lo nuevo de la industria, lo único cierto e inevitable es el cambio, aunque sintamos que la onda de onda no es nuestra onda. Pero también a veces nos sorprendemos bailando, tarareando y viviendo esas nuevas músicas, aun cuando no las entendamos del todo. Si hasta los mismos que consideramos grandescomo Fito, Charly y Spinetta tuvieron la capacidad de reconocer la belleza en melodías y letras nuevas, así como lo hacía la gran Mercedes Sosa, saliéndose de todos los moldes para bucear en nuevas aguas, llevada por su humildad, sabiduría y talento.

Cantamos con Fabi Cantilo que nada es para siempre porque como dice Clara Sirvén en el libro “Argentina en Internet”, “la historia de la música va de la mano de la humanidad” y sería imposible -y hasta un crimen- que nos quedáramos quietos. “Está bien que escuchemos a Jimi Hendrix pero los chicos también tienen que hacer algo nuevo porque si no nos quedamos toda la vida mirando a un cadáver” dijo con sus sutiles formas Charly García. Esa valentía de tomar lo que en algún momento nos hizo felices pero animarse a buscar un nuevo rumbo, es lo que ha encendido las mentes de los mejores artistas de todos los tiempos.

Si la música también nos ayuda a definir lo que queremos ser, podemos pensar en la alegría que nos da recuperar la importancia política y la belleza musical de aquellas canciones de la época dorada del rock nacional y en la fiesta que significa que nuevas generaciones puedan conocer lo que dejó esa usina del arte. Pero podemos apostar también a nuevos escenarios que nos ofrezcan otras maneras de mirar el mundo, aunque no nos guste todo lo que escuchamos. Si no queremos ser un Alfa, podemos incluso salir un poco del mainstream y escuchar a otros “chamanes del barrio”, como decía Fito, juglares modernos de cada provincia, que tengan otras realidades para contar.

Probablemente la pasteurización de la que habla Fito no solo tenga que ver con una cuestión de mercado y algoritmos sino también con un momento social, económico y político del mundo, que necesita de una anestesia para salir a flote y soportar la vida, especialmente después de una pandemia. Pero en ese mar de melodías repetidas, también encontramos voces jóvenes que utilizan géneros viejos y nuevos y recurren a la tecnología para hacer bailar, cantar y pensar. Muchos de esos jóvenes, aprendiendo de la experiencia del pasado, se animan a pensar en la música como un movimiento cultural y político, que necesita de más mujeres y otras identidades de género y políticas en los escenarios. Se atreven también a impulsar políticas públicas para mejorar las posibilidades de los nuevos artistas y las condiciones de trabajo en las industrias culturales, para desterrar el engañoso lugar común que dicta que los creativos deben hacer todo por el famoso “amor al arte”. Ese activismo también existe en San Juan, en donde existen diversas agrupaciones como la Organización de Músic@sAutoconvocad@s de San Juan (OMA), la Organización de Músicos Unidos Sanjuaninos (OMUS), la Asociación Músicas San Juan y la Asociación Civil de Músicos Independientes Sanjuaninos.

“¿Qué le dirías a todos esos artistas jóvenes que están haciéndose camino?” le preguntó Daryna Butryk, la actriz que interpreta a Cecilia Roth en la serie, a Fito Páez en una entrevista. “Lo importante es que lo hagamos por amor, con ganas de conectarnos con los demás” le respondió el músico, fiel a sus letras de siempre. Aunque como ya lo dijo Calamaro, no se puede vivir del amor, y miles de artistas luchan con razón para obtener un reconocimiento material a su trabajo, la motivación de lograr una conexión real con los demás no debería pasar de moda, en cualquier espacio de creación humana. Aunque la onda de hoy ya no sea la del reinado de aquel rock, nada está perdido mientras haya personas que sigan latiendo música y que conozcan de dónde venimos para crear las canciones que nos definirán o que podemos criticar mañana. Aunque pensemos que lo que escuchamos hoy no es música, siempre habrá música después de lo que cada generación considera música. Y aunque nuestros cuerpos se cansen de rockear por siempre, ojalá podamos abrirnos a canciones que, con otras formas, nos hagan revisar el pasado, cuestionar el presente, crear el futuro que queremos y también bailar. Porque aunque no entendamos de autotune, algoritmos y tiktoks, siempre habrá alguien, en la esquina del barrio, en un estudio en Miami o en una comunidad perdida en la selva, dispuesto a cantar y desafiar lo conocido para ofrecer una vez más su corazón.

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