Universidad pública en riesgo: el corazón delator del país para unos pocos
“Si no logramos conseguir el préstamo, nuestro hijo tendrá que ir a la universidad pública o directamente no podrá estudiar” dice un padre en una de las tantas escenas de las películas estadounidenses, que reflejan la relación directa que hacen la mayoría de las familias yanquis entre el carácter público de la educación superior y el bajo nivel académico o la mediocridad del futuro de sus egresados.
Un diálogo así nunca podría darse en la Argentina. En primer lugar, porque las familias que aspiran a enviar a sus hijos a la universidad no deben ser necesariamente millonarias o pedir créditos imposibles para pagar a lo largo de toda una vida. Sin contar que en muchos países, aún las universidades públicas requieren de un arancel, menor, pero arancel al fin. Más allá de lo económico, la mayor razón para que esa preocupación no exista, es que aunque hoy se quiera instalar la idea contraria, aquí lo público no es sinónimo de poco vuelo académico y mucho menos de un pobre desempeño laboral.
Salvando las distancias, así como en Estados Unidos los jóvenes aspiran a ir a Harvard o Yale, en la Argentina los chicos sueñan con ir a la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de Córdoba o de La Plata. Y en San Juan, el primer objetivo que aparece es sin dudas la Nacional. Parece una comparación exagerada. Pero no. Si hablamos de universidades a escala latinoamericana, las argentinas están desde hace décadas en los primeros puestos de todos los rankings internacionales, así como también lo está el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), que pese al bombardeo que hoy recibe, llega incluso a ocupar los primeros lugares a nivel mundial en diversas disciplinas.
En los países que desde el sur del mundo admiramos por su desarrollo técnico y económico, para millones de adolescentes ir a la universidad es directamente un sueño imposible. Los países de “la libertad” son a veces también los de la desigualdad. Allí la educación superior es directamente un privilegio y quienes nacieron en un hogar de clase baja o media no pueden aspirar jamás a convertirse en médicos o abogados sino que deben conformarse con los empleos más precarizados, que no solo limitarán su crecimiento económico sino también social y cultural.
Quienes desde aquí compran el cuento de que ese modelo es el que debemos replicar, se embanderan con la idea de que en la Argentina no podemos darnos el lujo de una universidad para todos/as y que está bien que las familias se endeuden de por vida para que sus hijos estudien. Repiten que la meritocracia es el sistema que salvará al mundo aunque, convenientemente, lo dicen después de haber hecho toda una carrera gracias a la universidad pública. Para redoblar la apuesta, se atreven a asegurar que si pudieran, habrían pagado esa formación porque “no le deben nada a nadie” y todo “lo ganan con su esfuerzo”.
Número 1, déjame dudar… la gran mayoría de los que pregonan ese slogan son después los primeros en tomar cualquier beneficio social que ande circulando. Beneficios un poco más cool, eso sí, que no son tan de “negro” como un Plan Potenciar, pero son un poco más “dignos” como los vouchers para colegios privados o el Previaje del gobierno anterior, al que no accedían precisamente los que vivían en la villa. Número 2, los salarios bajos de millones de familias y el alto costo de vida en la Argentina, que cada vez se eleva más ante la falta de regulación, hacen volar por los aires el ideal meritocrático que te dice “todo es posible si trabajás duro y te esforzás”.
Siempre supimos que hay que trabajar para ganarse la vida y es mentira que hayamos olvidado la cultura del esfuerzo. ¿En serio creés que pedir un crédito y pagar fortunas en cuotas es posible para las familias que a duras penas pueden comprar comida y hoy se endeudan hasta para pagar la luz? ¿De verdad creés que si a una empleada doméstica, que te limpia el baño y tu casa entera por dos pesos, o al que trabaja en la cosecha o en la construcción, no le sobran miles de pesos al mes es porque “no se esforzó lo suficiente”? ¿Realmente pensás que una maestra, que cobra 200 mil por enseñarle a leer a TU hijo y tenerle paciencia a 30 pibes durante horas, tiene menos derecho que vos a mandar a sus hijos a la universidad o que si no lo logra es porque es ñoqui y no le gusta trabajar? Seamos sinceros, a veces hasta a vos te secan la mente tus propios hijos y pretendés que otra persona no solo se fume a los ajenos durante gran parte del día sino que también los convierta en humanos funcionales, por un sueldo que a vos no te haría sacar ni un pie de la casa.
El que puede, puede y el que no soporta. Esa es la premisa de un gobierno nacional que hace que cada vez sean menos los que pueden y más los que soportan. Lo que más duele es que esa no solo es la idea del presidente panelista, su hermana tarotista, la vice fan de Videla, los ministros Top Gun y la diputada inclasificable. También es la filosofía de millones de argentinos que decidieron que esas personas formen el comité de crisis elegido para resolver la nuestra y que ese sea el sistema que quieren para nuestro futuro. Eso defienden, aún después de haber repetido que ese escuadrón suicida no se iba a animar a ir tan lejos porque era todo parte de una campaña del miedo.
Diario del lunes: Milei no solo se animó a lo que dijo sino a mucho más. “El recorte más grande de la historia de la Humanidad”, como él mismo lo promociona, no solo llega a las universidades que lavan cerebros sino también a los docentes de cada provincia que se quejan de llenos, a los trabajadores estatales que se quedan en la calle por ser todos ñoquis, a los hospitales que no salvan ninguna vida, a los pacientes de cáncer que se están muriendo porque quieren, a los comedores donde hay niños que no solo son ñoquis sino también casta, a las personas con discapacidad que si no progresan es por cómodas, a los jubilados que concentran la riqueza de este país desde siempre y a la cultura que tan mal nos hace quedar en el mundo y tan poco nos da puertas adentro.
La lista sigue hasta el infinito porque al parecer, en este país nadie es trigo limpio. El famoso “algo habrá hecho, ¿no?” Pero ahora hablamos de las universidades públicas. Y cuando decimos que no sabemos si podremos seguir dictando clase en el próximo semestre porque el presupuesto no alcanza para los servicios básicos ni para los sueldos, son muchos los que comentan “no les creo nada”. Incluso algunos estudiantes de la pública, que hoy no podrían pagar una privada, salen a decir que todo es un verso porque las universidades son básicamente un nido de ñoquis K y un centro de adoctrinamiento. “Se les acabó el curro” dicen desafiantes, sin darse cuenta que lo que en verdad se puede acabar es la posibilidad de ir cada día a ocupar un banco y contar con un equipo de docentes y nodocentes que también estudiaron durante años para que el día de mañana esos alumnos puedan trabajar toda su vida y crecer económica y socialmente con la profesión que más les gusta.
Una máxima del periodismo: las malas noticias viajan mucho más rápido que las buenas. Y en la era de la posverdad, las fake news ni hablar. El supuesto adoctrinamiento de izquierda es la obsesión que desvela a Milei y se ve que ese lavado cerebral está tan aceitado en las universidades, que los jóvenes actuaron como robots con un chip insertado y fueron en masa a votar al candidato más zurdo…
“Para que exista adoctrinamiento hacen falta por lo menos dos elementos, uno es la palabra autoritaria del docente y la otra es un estudiante cuya cabeza esté hueca para que la palabra del docente penetre y sea recepcionada pasivamente” dice el escritor y docente de la UNA (Universidad Nacional de las Artes), Martín Kohan. “Quizás haya docentes que sean autoritarios pero de ninguna manera es lo dominante en la Argentina. Los que hablan de adoctrinamiento suponen que los estudiantes son pasivos y pretenden que los docentes no piensen nada frente a lo que están enseñando. Nosotros expresamos nuestra elaboración y eso en ningún modo se va a imponer como palabra autoritaria en la medida en que uno no exige que el estudiante lo reproduzca pasivamente. Los estudiantes devuelven su mirada de lo que uno les está diciendo. En eso consiste una clase, todos pensamos, todos elaboramos, todos discutimos” profundiza el doctor en Letras, en una explicación que sintetiza lo que, más allá de las fantasías, pasa en la mayoría de las aulas.
¿Por qué tanto miedo entonces a esa capacidad de pensar? ¿Por qué ese ataque tan encarnizado hacia las Ciencias Sociales, a las que quieren vender como arancelables por su supuesta escasa incidencia en nuestras vidas? ¿Se olvidará Milei que la propia Economía es una ciencia social, que implica mucho más que una planilla de Excel y que detrás de esos números hay personas?
Se olvida también Milei que hasta hace poco nos prometió ser Alemania, el país que no solo se caracteriza por su desarrollo económico sino también por otros detalles como condenar el negacionismo de delitos de lesa humanidad y por ser cuna de Wilhelm von Humboldt, el impulsor del modelo de universidad gratuita en Berlín, un sistema que hoy continúa con matrículas universitarias gratuitas en ese país. Lo mismo pasa en Finlandia, otra de las naciones que nos ponen como faro. Este país es reconocido por el alto nivel de su sistema educativo, que es gratuito tanto para los finlandeses como para los extranjeros, otro de los factores que irritan a los que quieren la universidad para el que puede. En Finlandia incluso van por más: además de contar con universidades gratis, el Estado asigna en algunos casos una mensualidad que es retirada solo si el estudiante no progresa en su carrera.
Volvamos a la Argentina y sin vueltas. Negar el nivel y la trascendencia social que históricamente ha tenido la universidad pública en nuestro país es de necios, de trols o de fascistas. Porque la universidad pública no es solo una institución educativa. Es trabajo, cultura y obras para el crecimiento individual y colectivo, es ciencia, tecnología y desarrollo, es igualdad de oportunidades. Con todos sus errores y carencias, la universidad pública es uno de los pilares básicos de nuestra sociedad. Sus egresados, trabajadores y obras están en más lugares de los que podemos visualizar. La universidad pública es identidad nacional y su aporte es tan grande que no se puede medir únicamente en números, aunque el crecimiento económico que genera es innegable y los resultados están al alcance de todos.
“La educación pública hizo mucho daño en la Argentina” dice el presidente sin un atisbo de vergüenza, en el país de Domingo Faustino Sarmiento y de la Reforma Universitaria de 1918, ambos generadores de un profundo cambio social no solo en el país sino también, como réplica, en distintos lugares del mundo. ¿Cuál será el daño del que habla Milei? ¿El haber formado no solo a cinco premios Nobel sino también a la mayoría de los profesionales que se destacan en nuestro país y fuera de él? Esa educación generosa, que hoy denostan, es la que le permitió formarse a gran parte de su gabinete, los mismos ministros que hoy tienen problemas de amnesia. “Universidad de los trabajadores”, salen a cantar los que quieren contrarrestar esa ofensiva. Y no se trata solo de defender el “quiosco” de docentes y de todo el que se emplea allí, como dicen. Se trata de sostener un espacio al que puedan ir no solo los hijos del poder o de una élite sino también los de cualquier trabajador común y corriente, para mejorar su vida y tal vez la de esos padres que no tuvieron acceso.
Sacando al ejército de trols que opera para defender lo indefendible, todavía puedo entender lo difícil que es para muchos romper el tiempo esperable de “luna de miel” de todo gobierno. Que muchas de las quejas vienen de quienes están hartos de quedarse afuera. Puedo entender la rabia que da si te vendieron un país inclusivo mientras veías que se daban lujos “con la nuestra” y que todo eso te hizo querer pasar la motosierra. ¿Pero ya te diste cuenta cuáles son los bosques que están talando primero? ¿No te parece raro que mientras los árboles más débiles pasan a mejor vida, los pocos que ya eran fuertes se robustecen aún más con la madera que obtienen de los que son más fáciles de voltear?
“El problema de este país es lo colectivo” dice Milei y esa es la idea que quieren que compremos para perder nuestra fuerza. “Te hicieron creer que vivías en un país de mierda para que no lo defiendas cuando lo destruyan” dice uno de los carteles que anda circulando por las redes. Y es un gran resumen de lo que pasa hoy. Porque defender el financiamiento de la universidad pública no es defender un curro y aunque muchos no lo crean, su continuidad sí está en riesgo. Pedir una universidad pública de calidad no es solo defender al país, es actuar en defensa propia. Porque pasar la motosierra a la educación no es cortarle el chorro a la casta. Es cortarte las piernas a vos, a tu familia y al futuro de tus hijos, que aun cuando no vayan a la universidad, algún día necesitarán de un buen médico, ponerse una vacuna, construir su casa o pasar por un puente bien hecho, por profesionales del mejor nivel.
“Las universidades públicas son el corazón del sistema científico y del desarrollo tecnológico de nuestro país” dice el comunicado reciente del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) y no hay mejor metáfora que esa. Un corazón que hoy está en terapia intensiva y que se vuelve delator de un proyecto social que se dibuja para unos pocos. Todavía estamos a tiempo de salvarlo. Porque no queremos que el futuro sea solo de los que pueden y no vamos a permitir que una mayoría empobrecida sea la que soporte el privilegio.
“Todos los problemas, son problemas de educación” dijo Sarmiento, lo que hace que las soluciones que buscamos no solo sean el problema de un gobierno, sino también tu problema. Y hoy está en tus manos hacer algo. Porque sin educación pública no hay futuro y sin tu apoyo tampoco.
#23deAbril. Marcha Federal Universitaria. #TodosALaCalle.
*La foto de portada de esta nota fue tomada por la estudiante adscripta de Catalejo Federica Dech
Más completo, certero y elocuente imposible! Felicitaciones y a difundir tanto como se pueda.
Impecable relato y análisis de la realidad.
Impecable relato y análisis de la distopía que vivimos.
Excelente!!! Siempre precisa y con acepciones claras Graciela Marcet. Gracias por semejante relato que refleja la realidad que tantos no quisieron ver! Felicitaciones👏👏👏