Sobre odios y construcciones mediáticas
Las feministas hemos aprendido que los femicidas no son “locos sueltos” sino hijos sanos del patriarcado. En el intento de asesinato de Cristina Fernández no hubo un “loco suelto” sino un hijo sano del sistema de odio (del comentario de Liliana Dawnes en el programa radial Marca de Radio, sábado 3 de septiembre de 2022).
No es casual.
No es capricho que hoy nuestra mirada esté sobre los medios de comunicación social. La conmoción causada por el intento de asesinato de la vicepresidenta de la Nación desemboca inevitablemente en preguntas sobre qué es lo que fogonea este clima de violencia.
Los medios de comunicación son una de las tres élites simbólicas, junto con la academia y la clase política, que se encargan de reproducir los discursos que discriminan y provocan violencia por razón de origen, color de piel, orientación sexual, género, religión, cultura o etnia, tal como asegura Teun A. Van Dijk. Según este y otros autores, los medios tienen el poder no sólo de incidir directamente en la creación de la opinión de los lectores, oyentes y televidentes, sino que, sobre todo, inciden en la creación de imaginarios del mundo en el que vivimos.
Las líneas que separan la discriminación, el odio y la violencia son muy finas. ¿De qué hablan quienes relacionan a los medios de comunicación y a ciertos periodistas con estas expresiones? Los ejemplos sobran, pero podemos analizar el rol actual de los medios de comunicación en la construcción y puesta en circulación de discursos de odio algunos ámbitos.
Enfocar y desenfocar
Podemos hacer el ejercicio de reconocer la discriminación y el odio en los relatos mediáticos hegemónicos ligados a pueblos originarios; en los que ponen en cuestión la legitimidad de los juicios por delitos de lesa humanidad o niegan el terrorismo de estado; en la constante mirada mediática hacia las mujeres, la lucha feminista y las diversidades; en los relatos que construyen inseguridad asociada a jóvenes de cierta extracción social e incluso territorial o nacionalidad; y en la estigmatización de quienes son sujetos de derechos sociales relacionados con asignaciones o planes o reclaman serlo. Por supuesto lo venimos viendo en la expresión mediática del odio político.
En el caso de los pueblos indígenas, ha sido y es innegable el rol de la prensa y la educación en la construcción, desde el siglo XIX, de relatos históricos naturalizados que invisibilizaron prácticas genocidas; esas miradas aún están vigentes (o quién puede afirmar no haber leído o escuchado recientemente la potente expresión “campaña al desierto”). En este ejercicio de reconocimiento de la discriminación y el odio podemos sumar la construcción y exhibición, en los principales medios de comunicación, de indígenas o sus descendientes estereotipados o bien calificados de falsos, foráneos, fabuladores y de oscuras intenciones.
No faltan en actores periodísticos individuales que conducen espacios televisivos locales o nacionales los comentarios y expresiones que, a pesar de los años y de las pruebas, niegan y relativizan hechos de terrorismo de Estado. La presencia de esta postura también en medios impresos con décadas de existencia permite ver una clara línea de coherencia con lo que muchas de estas empresas publicaban incluso desde tiempo antes del golpe de 1976, cuando fueron construyendo la necesidad de lo represivo, la figura de lo subversivo y, su contraparte, la naturalización de la desaparición de personas.
Argentina fue considerada el país en el que más aumentaron los discursos de odio y la violencia de género a nivel regional, según un estudio realizado por la Asociación Civil Comunicación para la Igualdad. El estudio se basó en una investigación regional de redes sociales y medios de comunicación. La iniciativa surgió tras advertir «el aumento de ataques a periodistas y activistas feministas por grupos antiderechos». El estudio indicó que, dada la violencia de estos discursos, el 50 % de las personas entrevistadas aseguró haber reducido «su participación en el debate público con respecto a dos o tres años atrás».
El ciberactivismo de odio contra las militantes feministas se suma a la estigmatización y tratamiento sensacionalista que los medios de comunicación hacen de las marchas y los reclamos. Paralelamente, a lo largo de su historia, los medios de comunicación han actuado en complicidad con la construcción y reproducción de discursos que fomentan el odio y la discriminación hacia las comunidades LGBTI+. Particularmente en San Juan, estas expresiones de odio se extienden a las personas e instituciones que promueven el cumplimiento de lo establecido por la ley en lo referido a Educación Sexual Integral.
Podemos reconocer también como un discurso discriminador y de odio a la construcción simbólica mediática de los jóvenes como objeto de temor en relación con la sensibilidad que se tiene sobre el delito y, especialmente, la violencia interpersonal. La operación semántica a partir de la cual se extendió una imagen de jóvenes y adolescentes como “delincuentes” o “violentos”, a partir de la espectacularización de episodios de alto impacto emotivo en los medios, no se correlaciona directamente con los índices objetivos de violencia.
Los discursos mediáticos asociados a la estigmatización de quienes son sujetos de derecho de políticas sociales de asignación de recursos, son otro ejemplo de expresión de ideas que redundan en odios de clase hacia quienes son calificados de “planeros”, vagos, además de culpables de su propia pobreza.
Un capítulo aparte merece, en nuestro país, el odio político. El pensamiento y la expresión de que a quienes piensan y actúan en espacios ideológicamente opuestos hay que sacarlos del juego, desprestigiarlos, encarcelarlos, decretarles pena de muerte, desaparecerlos o matarlos, no es nuevo en este país. Tiene entre sus destinatarios privilegiados a quienes militan en unos espacios y no en otros.
En virtud de lo que llamamos interseccionalidad, los ejes de discriminación y odio se pueden acumular. El racismo se entrecruza con el capitalismo y el patriarcado. Pensemos en las personas de origen indígena que reciben planes sociales; ni hablar de quienes son mujeres, peronistas y defienden el derecho al aborto, o personas trans que militan por cupo laboral.
¿Cuál es el papel que les cabe a los medios que vehiculizan estas discriminaciones en la circulación de mensajes de odio o incluso en su conversión en acciones concretas, en violencias ya no simbólicas, en crímenes de odio?
La construcción del “matable”
No vamos a encontrar en los contenidos mediáticos expresiones que inciten directamente a la violencia. Sin embargo, según el Observatorio de Discursos de Odio en los Medios, de Barcelona, una de las formas que toma este tipo de discurso en los medios tradicionales de comunicación es la reproducción no crítica de expresiones de odio de políticos de extrema derecha. Otras estrategias son la deslegitimación de actores o acciones que luchan contra la discriminación; la búsqueda de casos o datos en el mundo para confirmar prejuicios del medio; el uso de fotos o videos que confirman prejuicios, aunque no se chequee su veracidad, entre otros.
Extrapolando las consideraciones del sociólogo Zygmunt Bauman acerca del Holocausto, Estela Schindel, una investigadora cordobesa, se pregunta en qué medida el terrorismo de Estado en la Argentina de los 70 fue facilitado por estructuras autoritarias subyacentes en las relaciones sociales o por discursos que despreciaban la vida humana y que circulaban previamente. En esta línea, Schindel trae al pensador italiano Georgio Agambem, quien habla de la trama jurídico política que hace posible la existencia de seres humanos “matables”, sin que su muerte sea objeto de un delito o pueda inscribirse en un marco sacrificial. Se trata del homo sacer al que podemos entender no sólo como una figura del arcaico derecho romano, sino también el resultado de una construcción social. Los medios de comunicación juegan un rol inedulible en la construcción colectiva de seres invisibilizados, cosificados, excluidos, matables.
Mapuches que ni siquiera son argentinos; desaparecidos sobre los que ya no hay que investigar más y así cerrar heridas; femicidios justificados en la pasión o los comportamientos irregulares de mujeres y diversidades; jóvenes que circulan sospechosamente cerca de una villa…
Lo que los medios hacen es generar las bases para la naturalización de las violencias, para la normalización de esas muertes.
Los medios y nosotres
Los estudios sobre consumos mediáticos y sus consecuencias oscilan entre un enfoque más inclinado a pensar las noticias como una imposición de temas o discusiones en la arena pública (agenda setting: los medios no nos dicen qué pensar, nos dicen sobre qué temas pensar y en qué orden de importancia) y una perspectiva asentada en una exposición selectiva que jerarquiza medios de comunicación acordes a prejuicios y creencias propias.
Hoy deben agregarse las modalidades de acceder a la información en redes sociales. Eli Pariser ha denominado “burbuja de filtros” al fenómeno que determina una “autopropaganda invisible, que nos adoctrina con nuestras propias ideas” y mediante una serie de variables algorítmicas nos delimita y nos permite el acceso a un conjunto de noticias previamente elegidas de acuerdo con nuestros movimientos y gustos más habituales en las redes. Así, las noticias no solo son una selección mínima de las que circulan, sino también que las búsquedas en la web están direccionadas por algoritmos que nos acercan a datos que nuestros perfiles van moldeando permanentemente en los motores de búsqueda, noticias compartidas, “likes”, comentarios e interacción con nuestros contactos.
Los consumos mediáticos se enmarcan en condiciones tecnológicas, sociales, políticas y culturales que cambian en pocos años. También cambian las condiciones de producción y circulación, cambian los límites de lo decible.
El odio y más allá
En nuestro país, junto al cambio de gobierno ocurrido en diciembre de 2015, comenzaron a manifestarse en los medios de comunicación voces que, amparadas en lo que percibían como un clima propicio, relativizan la condena a la desaparición sistemática de personas, ponen en discusión la legitimidad de los juicios por crímenes de lesa humanidad en curso y, en última instancia, reclaman una revisión de lo que la historia de la postdictadura estableció como un consenso elemental en términos de repudio al terrorismo de Estado. Son voces que también promueven el retiro de planes sociales, facilitan espacios a quienes se niegan a cumplir la ley (como en el caso de la interrupción voluntaria del embarazo), criminalizan cualquier tipo de protesta o justifican las muertes de jóvenes y adolescentes en manos de policías de gatillo fácil. Ese corrimiento del límite de lo decible, no ha vuelto atrás.
Las redes digitales son enormes reproductores de estos discursos y son numerosos los estudios que indican que, basados en la emocionalidad, en las polarizaciones preexistentes, magnifican a límites desconocidos el odio de algunos discursos.
La moderación de discursos de odio en medios y redes es una preocupación en el mundo, más aún cuando al reflexionar sobre los contenidos discriminatorios o violentos se pone de manifiesto un debate en relación con el principio fundamental de la libertad de expresión. Por ahora, en lo referido a redes, la moderación, incluso la eliminación de mensajes de odio o discriminadores está a cargo de las mismas plataformas, en una especie de privatización del control.
En lo concerniente a los medios de comunicación, desde el Estado, la tarea de los observatorios, de las Defensorías como la creada en nuestro país a partir de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la elaboración de Códigos de Ética como el que acaba de publicarse para los medios públicos, son avances, aunque insuficientes.
Pensamos que estas mismas redes y especialmente algunos medios no pertenecientes a grandes corporaciones pueden amplificar los márgenes de recepción crítica y abrir canales de circulación de contenidos alternativos.
Una vez más el llamado de atención es hacia las formas de sostenibilidad ya que paradójicamente (o no) los medios tradicionales en línea o nativos digitales que, desde la lógica comercial, no dudan en reproducir el odio y la discriminación, son también los que reciben más pauta estatal, han establecido más alianzas empresariales y disfrutan de los beneficios de la monetización a través de su adaptación a las exigencias de las plataformas internacionales como Google.
En esos medios los y las periodistas generalmente trabajan inmersos en unas dinámicas de producción signadas por la inmediatez, la falta de tiempo o recursos para contrastar las fuentes de información, la falta de conocimiento de algunas temáticas, las malas condiciones laborales, la falta de inversión en investigación por parte de los medios, etc.
Los medios de comunicación pueden fomentar el miedo, el rechazo, los estereotipos, las imágenes negativas del “otro”, la compasión o la caridad, pero también pueden incidir en favor de la convivencia, la tolerancia, la resolución de los conflictos, el tratamiento digno de los actores y la denuncia de la vulneración de Derechos Humanos. Es el periodismo que trabaja para contextualizar los hechos, explicarlos en su complejidad, analizar sus causas, humanizar a los actores y darles voz, y contrastar todas las informaciones. En general quienes proponen una visión de respeto a los derechos, de pluralidad, de no reproducción de las violencias simbólicas, sobreviven a duras penas, más por compromiso y militancia de quienes allí producen contenidos que por respaldo privado o estatal. Esta sería, tal vez, una de las formas de encontrar una salida al odio mediatizado.
Fuentes consultadas
Chaher, Sandra (2021). ¿Es posible debatir en medio de discursos de odio? : activismo feminista y grupos antiderechosen el Cono Sur de América Latina. Buenos Aires: Comunicación para la Igualdad Ediciones.
Van Dijk, T. (2003). Racismo y discurso de las élites. Barcelona: Gedisa.
Observatorio de Discursos Discriminatorios en Medios de Comunicación, Ayuntamiento de Barcelona, España (https://www.media.cat/discursodimitjans/)
Parisier, Eli (2017). El filtro burbuja: Cómo la web decide lo que leemos y lo que pensamos. Paperback
Schindel, Estela (2012). La desaparición a diario: sociedad prensa y dictadura (1975-1978). Villa María: Eduvim