La promesa de un disfrute poético

La promesa de un disfrute poético

Llego a Casa Leo, un espacio autogestivo y artístico, buscando «El silencio», un recital de poesía itinerante que promete ser under. Quiero ver, o mejor dicho, oír lo que significa la narrativa alternativa. Cuando camino por delante de Casa Leo casi paso de largo porque por fuera no parece un espacio cultural, sino que se asemeja más a una casa de familia.

La puerta enrejada que da al patio delantero está semiabierta y Mariana Arias, la gestora de “El silencio”, saca fotografías. Frente a la puerta de entrada cuelga un letrero que tiene el nombre del recital. Mariana me invita a entrar y dice que todavía es muy temprano, pero puedo subir a la terraza y ver el lugar.

La sala en la entrada parece un aula, tiene una pizarra que cuelga de la pared, una mesa alargada y rodeada por varias banquetas altas. En la casa hay algunas mujeres con las manos manchadas, yendo y viniendo del baño. Acaban de salir de una clase de cerámica.

Cartel de “El Silencio».

El fondo está al final del pasillo principal y a la izquierda hay una escalera que da a la terraza. Al subir me sorprendo al ver lo grande que es el lugar. Hay una mesa llena de copas y vasos de plástico, también hay botellas de vino y un barril de cerveza. En el centro hay un living que parece haber sido extraído de la sala de estar de una casa. Hay dos sillas de madera, con tapices grises, separadas por una mesita de luz que tiene una lámpara encendida. Frente a las sillas hay varios muñecos, figuras y cables con luces. Sobre una de las sillas, un micrófono apagado reposa, esperando que un escritor se siente y lo tome. En este espacio cada detalle está pensado para la lectura a viva voz de poesía y cuentos.

Detrás del living, hay varias hileras de sillas negras, idénticas y vacías. A medida que avanza la noche, la gente empieza a llegar y los asientos comienzan a ser ocupados. Me siento en una de las primeras filas y una mujer de unos setenta años aparece, se dirige a mí y me saluda como si me conociera de toda la vida. Su nombre es Silvina, me explica que me confundió con alguien más y empezamos a charlar. Es mi primera vez en «El silencio» y ella lo descubre rápido. Silvina me revela que “este es un espacio de vínculo. La mayoría de nosotros somos amigos de alguien que va a leer” y yo siento que ahora soy parte de una sociedad secreta. Le digo que vine para conocer más sobre el arte alternativo sanjuanino; ella cuenta: “este es un lugar under y como tal abarca al que se te antoje: a todes, todas y todos”. Silvina me cuenta que se siente a gusto en este espacio, para ella es terapéutico escuchar a autores jóvenes leer.

El recital iba a iniciar a las nueve y media, pero empieza más tarde, después de que la terraza se llena. Mariana se para delante de los espectadores, agarra el micrófono y cuenta de qué se trata el recital literario. La anfitriona explica que “el silencio completo es una idea abstracta, no existe y habrá ruido en la calle”. Mariana entiende el silencio como un gesto de escucha activa que viene de adentro de nosotros. Para ella, si todos prestamos atención a un mismo espacio podemos generar un ritual poderoso. Al finalizar, la anfitriona hace una promesa al público: “si nos hacemos el favor de dejar entrar a la narrativa, lo vamos a pasar muy bien”.

Terraza de la Casa Leo.

Cuando Mariana termina, Salomé Villalba y Cristian Márquez se sientan. Salomé usa una musculosa colorida, shorts y ojotas, lleva consigo varias hojas impresas. En cambio, Cristian sostiene un libro y viste de negro. Cuando ellos empiezan a leer, todos callamos respetuosamente. La alarma de un auto suena a lo lejos durante un rato, pero la atención sigue puesta en las palabras de los poetas. A mitad de su lectura, Salomé pregunta “¿cuánto de mí te doy?; ¿cuánto te llevas?” y sus ojos buscan en el público una respuesta que no pronunciaremos. Uno de los poemas que Cristian comparte se llama “Añoranza” y empieza así: “contemplaré el mar alimentado con mis lágrimas. Dejaré que el tiempo pase a su tránsito hasta ver el sol cerrando los ojos del cielo”.

Durante los intervalos, que son dos, todos nos levantamos. Algunos espectadores hablan entre ellos, otros se acercan a la barra para comprar vino, cerveza o limonada. Hay bebidas para todos los gustos. En el patio varias personas hacen fila cerca del asador para comprar focaccias vegetarianas o piadinas. Al mismo tiempo, dentro de la casa hay una larga cola de mujeres y hombres fuera del baño. Al final de cada intervalo regresamos a nuestros asientos, salvo algunos grupos que se reúnen en el fondo de la terraza para fumar y evitar así que el humo moleste a los demás.

Los poetas Salomé Villalba y Cristian Márquez.

En la segunda ronda de lectura participa Mario Anselmi con su cuento “Mina Khalifa”. Cuando escuchamos el título todos compartimos una carcajada, era una asociación colectiva de la historia con el nombre artístico de la cantante libanesa. El autor es un tipo carismático que usa anteojos, viste una remera de Boca y unos pantalones deportivos. Su cuento arranca así: “ha pasado mucho tiempo y Don Khalifa está ya muy perdido el pobre”. Mientras él lee, Mariana se sienta a su lado y lo mira con atención. Durante su lectura, Mario hace pausas para que podamos compartir risas cómplices. Anuncia que este es el peor cuento de su antología y que si nos gusta podemos hablar con el editor de Abdulah para conseguirla. Una forma poco ortodoxa de promocionar un libro, algo que solamente puede darse en los espacios under.

El cuentista Mario Anselmi y la gestora de “El Silencio”, Mariana Arias.

En la última ronda participan Huiracocha Apu y Sofía Manrique. Mariana cuenta al público que es la tercera vez que ellos leen en “El Silencio”. Los dos poetas tienen una forma de vestir similar, usan vaqueros y camisas oscuras; Sofía lleva puestos lentes de sol pese a que es de noche. El estilo literario de ambos es completamente diferente. La poesía de Apu es un llamado a la acción porque según él “las gentes” deberíamos “salir a las calles”, porque “si hay bien, es de todxs. Lo demás es cuento”. Mientras que la poesía de Sofía es más íntima y menos política, en su lectura pueden reflejarse fragmentos referidos a su vida. Sofía lee en voz alta “voy a regalar mi último don, cultivado desde los 15 años”, y eso hace.  

Los escritores Huiracocha Apu y Sofía Manrique

Los escritores terminan de leer y el público empieza a dispersarse. Algunos se acercan a los narradores para hacerles una devolución. Otros conversan entre ellos sobre esta experiencia que puede ser terapéutica. Pude comprender que «El silencio» es verdaderamente parte del arte alternativo en San Juan, porque es un espacio que incluye, excede lo literario y es una verdadera experiencia colectiva. No es un espacio de crítica, sino que es una escucha activa compartida.

Al final, Mariana cumplió su promesa.

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