El show del pánico y el día después

El show del pánico y el día después

“Hay un horrible monstruo con peluca

Que es dueño en parte

De esta ciudad de locos

Hace que baila con la banda en la ruta

Pero en verdad les roba el oro”

Charly García -Superhéroes

Pánico. Esa es la palabra que definió lo que muchos argentinos/as sentimos cerca de las 22 del último domingo. La misma palabra fue tendencia en Twitter, mientras comenzaban a circular las primeras declaraciones y memes que expresaban el shock absoluto ante el rugido victorioso que daba el candidato a presidente de La Libertad Avanza, Javier Milei, tras ganar las PASO. 

Escalofríos. Parálisis. Un mazazo en la cabeza. ¿Cómo pudo pasar esto, aún en un escenario que no traía esperanzas a casi nadie y en el que sabíamos que no podía pasar nada bueno? ¿Cómo llegamos a un resultado que descolocó a un país entero y pintó de un nuevo color el mapa político, riéndose en la cara de la clásica y ya desgastada grieta? ¿En qué momento nos transformamos en un país que construye a su propio Trump, en una versión más bizarra y peligrosa si es que eso es posible? ¿Qué hizo que la segunda fuerza en el país, liderada por una candidata que solo promete mano dura como solución a todos los problemas, sea la de una derecha que hasta parece quedarse corta ante el nuevo actor emergente? ¿Quiénes fueron los responsables de semejante hecho, que en las primeras horas nos dejó sin palabras y solo pudimos pensar en las únicas dos que eligió Lali Espósito para definirlo? Triste. Peligroso. 

“La voz del pueblo, la voz de Dios” dice la expresión que repiten quienes sostienen que los pueblos nunca se equivocan en sus decisiones. ¿Por qué tanto escándalo entonces, si una mayoría está expresando una voluntad de cambio? ¿Por qué les da miedo que algo cambie si cada vez estamos peor, la inflación no tiene techo y todos los índices sociales generan angustia y desesperación? ¿Por qué amenazan con una quita de derechos, si como dijo la candidata a gobernadora bonaerense por La Libertad Avanza, Carolina Píparo, hoy tampoco existe el derecho a la salud, la educación ni la seguridad? Poco a poco esas preguntas empezaron a florecer en las redes sociales y cada vez son más los que ya no se avergüenzan en decir que fueron ellos los responsables de esto que hoy nos estremece. 

“Viva la libertad mierda carajo. Liquidá a todos estos ratas. Fuera los barats” compartió un eufórico Alex Caniggia en sus redes, en una frase que nos muestra algo de la mentalidad de esos votantes y la clave del éxito del libertario: promesas de libertad (no importa si no queda claro para quiénes o para qué), castigo a la casta ladrona y exclusión total de los pobres o “barats”, a quienes también se carga con el peso de nuestro fracaso económico, político y social. 

Enojarse, culpar, llorar y tratar de imbéciles e ignorantes a esos votantes fue la primera reacción de muchos y puede que nos quedemos hasta octubre (o vaya a saber hasta cuándo) en ese lugar. ¿Pero no hay nada de esas preguntas que nos haga replantearnos algo, más allá del convencimiento férreo en que esos electores se están equivocando? ¿Podemos explicar siete millones de votos solamente desde el análisis de la estupidez, de una ingenua juventud o una buena estrategia de marketing? Es la bronca, fue la explicación corta más repetida y probablemente más acertada de lo que pasó en estas PASO. Y aunque Milei diga que centrar su éxito en ese sentimiento sea subestimar a la gente, su mismo discurso de salir a rugir y castigar a la clase política que nos empobrece, puede dar respuesta a esa pregunta. 

“Para los que toman lo que es nuestro, con el guante de disimular (…) Para el que ha marcado las barajas y recibe siempre la mejor” dice la marcha que cantamos desde hace años y que, lamentablemente, nunca pierde vigencia. Cansancio, impotencia, dolor, incertidumbre y por sobre todas las cosas, bronca. Recién con estos golpes durísimos pareciera que las estructuras tradicionales de la política comienzan a advertir el nivel de angustia de una población que ya no aguanta más. Y es ahí cuando a muchos dirigentes no les queda otra que salir a decir que van a empezar a “escuchar” ese descontento y que hay que hacerse cargo de no haber “enamorado” a electores de todas las edades, especialmente a los jóvenes. Es ahí también cuando nos preguntamos por qué tenemos que estar al borde del abismo para tomar conciencia del sufrimiento de tanta gente y que no alcanza con mirar para otro lado mientras el país se cae en picada. Por qué tenemos que estar cerca de perderlo todo, como una lección pesadillesca, para que los que administran los fondos distribuyan más y roben menos, practiquen la justicia social y no solo la declamen y organicen fuerzas que cuiden a la gente y no sean sus victimarias. 

“Si no sufrimos, no somos argentinos” decíamos hace unos meses en el Mundial ante la final más reñida, expresando el karma de tener que estar siempre al límite y siempre con el corazón en la boca. Excepto que esta vez el resultado no solo implica amargarse un rato y guardar las banderitas hasta los próximos cuatro años. Esta vez un resultado como el del domingo pasado puede hacernos derramar mucho más que un par de lágrimas y guardar de verdad nuestras banderas sociales en el armario. Puede hacernos dar marcha atrás con nuestros derechos básicos y tirar por la borda conquistas que llevaron décadas. Y es ahí donde empieza el pánico. No es una exageración ni una falsa amenaza progre. Es la misma promesa del candidato cuya canción favorita es “Panic show”, de La Renga. 

“Soy el rey y te destrozaré, todos los cómplices son de mi apetito” canta desaforado en los actos en los que no duda en mostrar la locura, machismo y soberbia con la que hipnotiza a sus seguidores. Yo soy el rey, dice sin sonrojarse, en un país que venera a San Martín y a tantos otros que dejaron la vida para que tuviéramos una verdadera libertad y no dependiéramos del poder absoluto de una monarquía. Yo soy el león, grita, y su rugido sin dudas se hizo sentir desde La Quiaca hasta Ushuaia. Pero un león no solo ruge inocentemente como el de la Metro Goldwyn Mayer. Un león devora y destroza hasta sus cómplices, concientes o inconcientes votantes, como él mismo lo advierte. Un león busca reinar y su dominio es la selva, un lugar donde el famoso orden prometido se transforma en caos, sin las estructuras básicas que sostienen a una sociedad. Una selva donde se invita a los pajaritos y hormigas a apoyar la “libertad” pero no se dice que allí solo son libres los más fuertes, para bajarte de un hondazo al menor vuelo y pisarte sin miramientos. La selva es la selva y allí no habrá nadie que pueda socorrer al ciervo cuando los leones tengan hambre. 

¿Qué hacemos entonces? Quienes creen que el de Milei no es el camino ya empezaron a activar. Reels, flyers y todo tipo de mensajes que recuerdan las medidas que tomaría el libertario si es presidente, comenzaron a circular rápidamente por las redes: venta de órganos, libre portación de armas, eliminación del Banco Central, arancelamiento de universidades, privatización de la salud, dolarización de la economía, eliminación de las indemnizaciones, dar marcha atrás con derechos de las mujeres y eliminar hasta ocho ministerios, incluyendo los de Salud y Educación. Sin embargo, todas esas advertencias parecen no ser suficientes. Repetimos sin cesar lo que sería ese caos por si hubo jóvenes descuidados que no atendieron bien o adultos cegados por la rabia. Pero igual, el aviso parece no tener efecto en los que escuchan y aun así redoblan la apuesta. 

¿Te parece que hoy tenemos buen empleo en la Argentina, que es buena la salud pública y se puede vivir bien con los niveles demenciales de inflación y con la delincuencia que mata a tus hijos por un celular?, dicen con razón muchos de los que metieron bronca en la urna. Obviamente la respuesta es no y también es cierto que nadie tiene demasiadas esperanzas en que la situación mejore con un candidato peronista que hoy no hace nada por cambiar las cosas como ministro de Economía. Pero creer que la salida del laberinto está en cavar nuestra propia fosa es no mirar lo que pasó con todos los países que transformaron su enojo en una trampa mortal. Estados Unidos con Trump, Brasil con Bolsonaro y España con Vox. Gobiernos que hicieron desastres en todos los ámbitos, no solo en lo social sino también en la economía, su supuesto caballito de batalla. 

Buscando los motivos de este sacudón nos pasamos los días, tratando de descifrar si hay otras razones más allá del enojo económico o de la fascinación joven por el personaje rockero que va contra todos. Nadie podría enumerar todas las razones pero entre ellas seguro está también una especie de venganza de aquel sector cuyo enojo no proviene de sufrir la pobreza sino de un odio arraigado hacia los pobres, hacia la diversidad que ganó la Argentina en los últimos tiempos y hacia el avance cultural del feminismo y del colectivo LGBTIQ+, que hoy ve peligrar lo que tantos años llevó conseguir. “Basta de zurdas y aborteras que viven del Estado” señalan, acusando a las feministas de una “degradación cultural”, entre los tantos colectivos que puntualizan como enemigos (cualquier parecido con el nazismo no es pura casualidad). 

Mientras tanto seguimos sin saber para dónde correr porque el escenario es triste. Hoy ya no estamos pensando en nuevos proyectos para crecer sino en cómo hacer para que no nos arrebaten lo básico que construimos. Habrá que hacerse cargo de por qué llegamos hasta acá y repensar todo: cómo estamos educando a los/las jóvenes, qué mensajes estamos haciendo circular en los medios, cuáles son las consecuencias de los consumos irónicos que parecen inofensivos hasta que no lo son, qué dirigentes elegimos y hasta dónde los bancamos, cómo participamos desde nuestro lugar, cómo construir nuevas representaciones y, sobre todo, cómo trabajar en políticas que den respuestas reales al malestar de la gente. Pero un cambio así no se da un día para el otro, octubre está a la vuelta de la esquina y los leones nos rugen en la nuca. 

Otra vez la pregunta, ¿qué hacemos entonces? ¿Salimos a marchar para evitar la catástrofe? ¿Seguimos viralizando lo que sabemos que pasará? ¿O es contraproducente gritar porque más bronca vamos a generar? ¿Nos replegamos en las calles, guardamos los pañuelos y ponemos a las diversidades y a la ESI de vuelta en el armario? No creo que darnos por vencidos sea la respuesta. No lo fue durante años y no lo va a ser ahora, después de que miles de jóvenes salieron a las calles a decir Ni una Menos y Nunca más, aunque hoy esas y esos jóvenes parezcan haber perdido el protagonismo ante el avance libertario. Tampoco creo que la estrategia sea salir a amenazar con violencia e insultar a quienes creemos menos lúcidos, ingenuos o directamente fachos. 

Obviamente ni yo ni todos los que estamos preocupados tenemos la solución ni la bola de cristal. Pero sí creo que lo que no hay que perder es la convicción en los principios básicos que forjamos a lo largo de nuestra historia, que no nos hagan dudar como hicieron con muchos que el domingo pensaron que la libertad se logra con armas para todos y con educación y salud para unos pocos. 

Habrá que apostar por comunicar, educar, participar e invitar a los que ya ni se acercan a votar porque no creen en nada y recordarles que hoy su voto vale más que el oro. Sin desesperarnos, aunque nos den ganas de romper todo (ya está visto que cualquier paso en falso puede jugarnos en contra). Sin perder la fe en nosotros, aunque no nos enamore ningún candidato. Sin perder la fuerza ante semejante show del pánico. Porque aunque sintamos que hoy gran parte de la sociedad se olvidó de todo lo que nos costó alcanzar lo mucho o poco que tenemos, habrá que seguir luchando por la verdadera libertad, aquella que permanece en el inconciente colectivo y que no se consigue con armas ni vouchers. Habrá que creer en que, pese a las contraofensivas de la historia, tarde o temprano la libertad real es la que se abre paso y avanza, aun cuando busquen sumergirnos en la oscuridad de las botas, de los lobos disfrazados de corderos y de nuevos monstruos con peluca que vienen a marearnos con su baile para quitarnos los laureles que desde San Martín hasta hoy supimos conseguir.

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